En medio de la ruta “Las Placas del Diablo” en el Cajón del Maipo, Sebastián sintió cómo el mosquetón principal cedía apenas unos milímetros. El corazón se le aceleró, la respiración se le cortó. Estaba a 50 metros del suelo y la única opción era mantener la calma. Reordenó equipo, reforzó el anclaje y esperó unos segundos que parecieron eternos. Con manos temblorosas retomó el ascenso. Al llegar a la reunión, la tensión se transformó en carcajadas nerviosas con sus compañeros. Fue un recordatorio brutal de que en la escalada, el temple salva más que la fuerza.
En medio de la ruta “Las Placas del Diablo” en el Cajón del Maipo, Sebastián sintió cómo el mosquetón principal cedía apenas unos milímetros. El corazón se le aceleró, la respiración se le cortó. Estaba a 50 metros del suelo y la única opción era mantener la calma. Reordenó equipo, reforzó el anclaje y esperó unos segundos que parecieron eternos. Con manos temblorosas retomó el ascenso. Al llegar a la reunión, la tensión se transformó en carcajadas nerviosas con sus compañeros. Fue un recordatorio brutal de que en la escalada, el temple salva más que la fuerza.